Dicen que no hay nada nuevo bajo el sol. Cuando la tecnología y la industria repercuten en todos los campos tradicionales del conocimiento, un flamante y prometedor mercado en español -el de los contenidos digitales de audiolibros- demuestra una vez más que el futuro va de la mano con el pasado más remoto.
Dicen que primero fue el Verbo. Un grupo humano en torno al fuego
escuchando una historia. Un rapsoda perpetuando la épica de Homero en la más lejana antigüedad. Un juglar cantando una gesta en una plaza o un banquete medievales. Los ritmos, sonidos y vibraciones del primer arrullo de una nana o canción de cuna.
Pese al avance arrollador de lo que algunos consideran la Cuarta Revolución Industrial, hay un elemento ancestral que no ha cambiado, que siempre ha estado, que nunca se ha diluido y que reivindica nuestro origen: el poder de la palabra hablada.
El más reciente análisis de ventas de Bookwire, la plataforma de distribución y marketing de libros digitales que agrupa a más de 400 editoriales independientes en América Latina y España, arrojó una halagüeña transformación digital en curso en los mercados en español, y anticipó que para 2019 se superarán los 10.000 libros hablados en este idioma.
Si bien el auge de este formato digital parece imparable, esta apuesta por el futuro hunde sus raíces en el comienzo mismo de la transmisión del conocimiento y de las emociones.
En lo global y lo personal, todo empezó por la palabra. “Había una vez” un libro. Me permito jugar con título del volumen de cuentos con que creció mi generación. Obra del escritor hispano-cubano Herminio Almendros, y editado por primera vez en 1956, el volumen encierra en sus páginas una recreación de las más famosas historias infantiles de todos los tiempos, muchas de ellas legadas a través de la magia de la oralidad.
Las narraciones de soldaditos, gatos, príncipes y caperuzas, contenidas dentro de las tapas de ese libro, se han ganado el cariño de millones de personas que escucharon las historias leídas por sus padres y que a su vez se las leyeron con amor a sus hijos.
De la portada de “Había una Vez” a las portadas de las inolvidables narraciones de Grimm, Salgari, Twain o Verne tuve poco que transitar; era el camino natural hacia el otro lado del espejo, y como colofón, me tocó la suerte de crecer en la radio.
Desde mi adolescencia, el oficio, casi manual, de tejer palabras ha sido una realidad palpable y corporal; primero, observando a los adultos en la cabina de transmisiones, en los estudios de edición, entre los anaqueles de la fonoteca, en la redacción periodística, y, luego, siendo yo mismo parte de ese proceso; de ese fascinante engranaje de escribiente, orfebre y juglar que es crear, llenar una cuartilla, insuflar vida a un texto que sale al aire.
Mi experiencia no es muy diferente de la del grupo de amigos y colegas que formamos parte de este proyecto, Audiobooks in Spanish.
Somos un grupo de profesionales de la comunicación, experiodistas de la BBC de Londres, que combinamos nuestra pasión por los libros con la excelencia en el manejo del idioma y una experiencia de varias décadas en todas las plataformas audiovisuales y en el uso de las nuevas tecnologías en varios países de Europa y las Américas.
A todos nos mueve una misma motivación: el trabajo artesanal con la palabra, y un mismo respeto: la admiración al orfebre que crea con sus manos y al rapsoda que recrea con su voz.
Si rapsoda es un vocablo que se compone del verbo griego rápto, zurcir, y el sustantivo odé, canto, el narrador de libros viene siendo lo mismo: un zurcidor de cantos. Un mago de los sonidos.
Es una labor de prestidigitación, juego con las manos, artesanal, como ya dije, la que se requiere para llevar un texto a los dominios de la voz, y si se ha relacionado la traducción con la traición (“traduttori, traditori”), nuestro objetivo es más que mantener los giros y los matices originales. Es interpretarlos y darles todo su sentido en esta lengua que hablamos y que amamos.
Es, a fin de cuentas, una reinvención de ese impulso originario frente al fuego, de esa épica que sonaba en la antigüedad, y de ese juglar ambulante que ofrecía su espectáculo callejero. Es el futuro, pero también es el principio.
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